miércoles, 8 de febrero de 2012

Las arenas del tiempo pasan


Algunos dirán que es mejor vivir en calles con “caché” como las de Coyoacán; o sobre avenidas con nombres interesantes como Hestia, Zeus y Poseidón como en la colonia Crédito Constructor; o divertidos –por su contexto– como en la Portales, donde se puede pasar de Filipinas a Canarias y de Canarias a Rumania con sólo caminar una cuadra, lo mismo que en las colonias de Prado y Ermita Churubusco –¡donde uno anda entre constelaciones! 

Habrá quien piense así. Pero a mí me gusta la calle frente a la que vivo.

Resulta que el 16 de septiembre, mi familia y yo cumplimos 17 años de haber dejado el rancho, allá en Cuajimalpa, para mudarnos a Tlalpan. Mi casa está en una unidad habitacional ubicada entre las calles de Arenal y Periférico, lo cual le confiere un doble carácter: la parte de Arenal es más hogareña, acorde al relativamente tranquilo pueblo de por aquí; por Periférico es más cosmopolita, ajetreado y todo el tiempo aparece en las noticias –por ello, esta última no merece la pena tener su propio ensayo, digo yo.

Hacia el oeste, pasando Calzada de Tlalpan, Arenal se convierte en San Fernando; hacia el este, en 16 de septiembre (¡qué patrióticas coincidencias!), en otras palabras, puede decirse que es un puente entre Tlalpan y Xochimilco. Hay y suceden muchas cosas en semejante trayecto, pero Arenal no necesita extenderse más allá de sus fronteras –ni siquiera hay que acudir a los anales históricos de la Delegación– para tener su chiste.

En principio, mi calle es un caudal de contrastes: en el extremo oeste se encuentran una estación de policía, otra de bomberos, una secundaria pública (¡Arriba la 125 “Pablo Casals”!) y un gigantesco Club de Golf, todo en un radio de no más de 25 metros. También hay espacios members only para todos los bolsillos: el ya mencionado Club de Golf, el Deportivo de Trabajadores del Sindicato de Salud –cerca de San Fernando– y el Club Alemán en el lado contrario. Hay escuelas públicas de la SEP y del IPN, clubes privados y hasta un Instituto Nacional de la Propiedad Industrial; hay zonas bien iluminadas y otras casi en la total oscuridad; hay mini markets y hay tianguis sabatinos; hay unidades habitacionales, suites privadas –para los que se quieren escapar un ratito– y casas improvisadas entre roca volcánica y láminas. Más allá de los usuales e insufribles embotellamientos, si se observa con cuidado es fácil notar que la parte tlalpense es más aburguesada, mientras que la xochimilca es más popular.

Además de los contrastes visuales, puedo decir que en Arenal pasa casi de todo: gente acaudalada que llega al club en sus BMW o Mercedes Benz, albañiles que entran y salen de las zonas ricas sólo por trabajo, una mamá que es atropellada frente a la escuela, las ambulancias que llegan tarde –a pesar de tener la zona de hospitales al lado–, choques ridículos de automóviles, peleas territoriales entre la secundaria 125 y la 29 que empiezan en Arenal y se trasladan hasta Hidalgo y Moneda o viceversa –¡como si tener a la policía en frente hiciera alguna diferencia!–, cada vez menos perros muertos y un número constante de puestos de antojitos mexicanos junto a la ESCA.

Así que, en muchos sentidos, Arenal quizá no sea muy diferente de otras millones de calles, pero 17 años dejan una marca particular en la vida de una persona. Y es que por ahí solían llevarme en coche a todas las primarias en las que estuve; asimismo, recuerdo con nitidez que esta fue la primera calle sobre la que –antes de darme cuenta– empecé a caminar sola; y también, cuando entré al segundo año de secundaria y solía regresar a pie a casa, aprendí a poner atención, con esa maldita falda a cuadros, mi mochila de tonelada y media y mis sentidos bien alerta en busca de algún posible abusador –que nunca pasó de un señor en bicicleta que hacía ruidos obscenos al verme, yo lo miraba fijamente con desprecio y entonces dejó de hacerlo.

En fin, no escribo sobre esta calle sólo porque vivo frente a ella –como diría Mafalda sobre el patriotismo y la comodidad– sino porque, de todas las que conozco, es la que más me gusta; lo que recuerdo y lo que veo la hacen un lugar interesante tanto para vivir como para transitar. Sólo me refiero a mi propia experiencia, ¿qué pasaría si juntáramos las historias de todos los que tienen algo que contar sobre Arenal?

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