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jueves, 18 de febrero de 2016

Claymore: guerreras, mutilación, memoria y otredad en la animación japonesa para muchachos


Después de una larguísima ausencia, regreso con varios textos. Ya había publicado aquí una breve nota sobre mis impresiones del manga Claymore, de Norihiro Yagi, pero lo trabajé ya en forma y en octubre de 2015, la Revista Impossibilia publicó un artículo mío sobre las implicaciones estéticas y sociales de la serie de anime. 

http://www.impossibilia.org/claymore-guerreras-mutilacion-memoria-y-otredad-en-la-animacion-japonesa-para-muchachos/

Si lo suyo es el anime, el feminismo, los estudios de género y las mujeres soldado, seguro les interesará. Dejo aquí el abstract para que sepan de qué va mi análisis:

El propósito de este artículo es analizar cuatro elementos clave de la serie de anime (animación japonesa) Claymore –basada en el manga (cómic japonés) de Norihiro Yagi, producida en 2007 por Hiroyuki Tanaka y los estudios Madhouse–: 1) la imagen de la mujer como guerrera con cuerpo atlético y agudas habilidades militares; 2) la mutilación como parte de la realidad cotidiana de la mujer que vive en un entorno violento; 3) la memoria como eje de la evolución psíquica y corporal de una mujer alienada; y 4) la capacidad de conocer al otro como forma de romper los límites de la propia identidad; todo lo cual perfila una valiosa propuesta que reta valores de género (narrativos y humanos) y que resulta más significativa por el hecho de dirigirse principalmente a hombres jóvenes.



miércoles, 2 de julio de 2014

Gran espada

La siguiente reseña gira en torno a la serie de anime. Si bien algunos elementos clave permanecen, la complejidad y los desenlaces son muy distintos e infinitamente mejores en el manga. En los sitios de lectura on-line, se ha traducido hasta el capítulo 152 (julio de 2014). 
___________________

Conocí la serie de Claymore por pura casualidad. Conocí la historia de mujeres guerreras mitad humanas, mitad monstruo que se encargan de eliminar a los depredadores de la raza humana. Las llaman “Claymore” debido a que empuñan enormes espadas o “Brujas de ojos plateados”, por el terror que provocan.

Adoré la historia creada por Norihiro Yagi porque cada personaje tiene su propia historia de sufrimiento y supervivencia en un mundo donde las mujeres por lo general son ignoradas o temidas y aborrecidas (¿hablamos de otro mundo?).

Las niñas sobrevivientes a los ataques de los youma quedan huérfanas o son abandonadas; algunas de ellas son vendidas a unos hombres de negro y éstos las llevan a un lugar especial en el este del continente. Ahí les abren el cuerpo y les insertan carne monstruosa en cada recoveco (si la prospecto piensa en proteger su cuerpo, puede convertirse en una guerrera de tipo defensivo y podrá regenerarse con facilidad; si, por el contrario, piensa en matar a sus enemigos, podrá ser de tipo ofensivo y tendrá problemas si llegan a desmembrarla). Las que sobreviven al proceso, pierden el color de sus ojos y su cabello y entonces empieza un entrenamiento que se fundamenta en tortura física y psicológica. Al despojarlas de su humanidad, las transforman en objetos sin conciencia: herramientas desechables. Así ha sido por generaciones. Antes también había guerreros hombres, pero no sirvieron  porque se dejaban llevar con mucha facilidad. La prueba y el error demostró que sólo las féminas lograban controlar por más tiempo el impulso de rendirse al dolor, al placer, al hambre, al deseo de despertar lo más bestial dentro de sí. 

Hay una relación muy estrecha con sus cuerpos, así que la sangre, la mutilación y la tortura física no son aspectos desconocidos: como “hembras”, sangrar es una actividad natural; como madres, compartir carne y sangre también implica la deformación o incluso la pérdida de una parte del cuerpo; como mujeres que nacen en un mundo brutal, el dolor de ser abusada es una trágica realidad para muchas. 

La Organización a la que pertenecen busca alienarlas de un mundo complejo, de manera que establecen una sola regla: “No importa cuáles sean las circunstancias, una guerrera no puede interferir en asuntos humanos. No puede matarlos. Si lo hace, será ejecutada por sus compañeras.”

Compiten y deben matarse entre sí en caso de que sea necesario. Según dicen, es la única prueba de su lealtad a la facción humana… ¿Será?

La de la Débil Sonrisa sólo recobró su humanidad hasta el momento en que salvó a una niña pequeña; se percata de que el mundo no es puro blanco y negro, que la mayoría de las veces el peligro viene del Hombre, que el poder debe usarse para proteger, que la solidaridad y el amor son la llave para la felicidad (por breve que ésta sea). Por ejemplos como este, un miembro de la Organización declara: “Las mejores guerreras son las que mueren pronto... Si viven demasiado, empiezan a pensar cosas peligrosas.” Qué elocuente.

Todas las guerreras se parecen físicamente, en verdad, y podemos atribuírselo al estilo del autor. Pero entonces, ¿qué las distingue? Sus nombres, sus personalidades, sus discursos, sus símbolos… son únicos. Más allá de las miradas homogeneizantes hay una vasta pluralidad de perspectivas: algunas se volvieron soldados obedientes y sumisos, otras se volvieron sádicas y arrogantes; unas se hicieron miedosas y no tardaron en morir, otras se convencieron de que debían proteger a otros.

Como quiera que sea, si quisiéramos encontrar el eje principal de una historia tan extensa, bien podría ser la palabra “nakama”, que significa “compañera”, “camarada”, pero también “amiga”, “hermana de circunstancias”. No se identifican a partir de su sexualidad, sino por sus historias; viven tragedias similares y comparten el mismo miedo, la misma tristeza, el mismo deseo de seguir con vida. 

A pesar de los esfuerzos de la Organización, ellas hablan entre sí, se reflejan en los ojos de las otras, piensan, recuerdan, anhelan recuperar lo que han perdido y, ya que no pertenecen al "mundo humano", sólo pueden lograrlo  juntas como hermanas, hijas, madres, amigas... Miria lo hace cuando protege a sus subordinadas, Irene lo demuestra cuando se solidariza con la misión de Clare, Helen lo revela cuando grita que tener miedo a morir es parte de ser humanas… y el mejor ejemplo lo ofrece Jean, la de la voluntad más fuerte.


Pero esa Organización no puede ser eterna, no si sigue creando guerreras de inmenso poder a las que no despoja de mente y corazón propios. Algunas de ellas seguirán haciendo preguntas, investigarán el verdadero propósito de la guerra, pensarán que ya es suficiente y se darán vuelta con sus enormes espadas listas para hacer lo que hacen mejor.

La mayoría de las personas que me han dado fuerza son mujeres. No existen las casualidades. 

martes, 10 de julio de 2012

La niña del Sol y su música

[…] cuando el sonido, y el color y la forma se encuentran
en una relación musical, una hermosa relación entre unos y otros
 se convierten, por así decirlo, y evocan una emoción
que está hecha de distintas evocaciones y sin embargo es una sola emoción.
W. B. Yeats, “El simbolismo de la poesía”

きみでいて いて (Sé tú, está[te] a salvo).
Kanno Yōko, “Kimi de ite, buji de ite”
(canción dedicada a las víctimas del tsunami-terremoto de Japón)

Ha llegado a mis oídos que hay una pugna ideológica latente entre artistas y diseñadores, al menos, así dicen en la Escuela Nacional de Artes Plásticas. Al parecer, los primeros son “unos pedantes, egocéntricos, pagados de sí mismos” y los segundos son “las prostitutas del arte, siempre pendientes de la oferta-demanda para ‘crear’ y listos para venderse al mejor postor”. Me imagino que con los músicos y compositores, los prejuicios no son muy diferentes.

Los partidarios de la mitológica alta cultura quizá consideren improbable por no decir imposible que una persona que se dedica a componer música sobre encargo para videojuegos, caricaturas y ­¡horror de horrores! para comerciales de la Coca-Cola, merezca tantito respeto. Tal vez, pero hoy no dan ganas de formar parte de las filas apocalípticas según Eco ni de pensar que la cultura de masas representa el fin de la cultura humana, así que habrá que ver el asunto con detenimiento y conocer la historia de quien podría cambiar varias opiniones.

Yōko es un nombre un poco difícil de traducir, en especial, porque depende de los kanjis con los que se escriba, pero lo más certero, en este caso, sería: ‘Niña del Sol” o “Niña solar”, donde la bebé es considerada una fuente de luz tan poderosa y brillante como el sol. Es posible que los padres viesen algo extraordinario en su hija —y no necesariamente por cursilería parental—. En fin, el 19 de marzo de 1964 nació una niña llamada Yōko en la prefectura de Miyagi[1] y los hechos empezaron a confirmar la intuición; como tuvo la fortuna de estar cerca de la música, compuso desde chiquita. Sin embargo, un entrenamiento musical pudo haber costado más de lo que su familia podía pagar y entonces la cosa se quedó dentro de ella, que se enseñaba a sí misma a escuchar y jugar con los sonidos.

El tiempo pasó y muchos se fueron poniendo viejos. Justo cuando creía que escribir novelas era lo suyo y había entrado a la Universidad de Waseda para estudiar Letras Japonesas resulta que la niña no soportó más de un mes y en otro lado se le dio la oportunidad de tocar su música. Así pasa. Se divirtió un par de años con Tetsu 100% hasta que la gente de Koei, al ver talento en potencia, comenzó a ofrecerle trabajos de composición para videojuegos.  


Así estuvo unos años, y en 1994, la situación volvió a cambiar de tinte, pues también le llegaron ofertas para trabajar en anime. Macross Plus fue sólo el calentamiento; luego vinieron proyectos como Brain Powerd, algunas colaboraciones con el equipo de CLAMP, Arjuna, Ghost in the Shell: Stand alone Complex, Turn-A Gundam y muchos otros más en los que trabajó al lado de grandes personalidades en el mismo campo. Desde entonces, la dinámica ha sido casi siempre la misma: Le mandan el libreto uno o dos años antes de concluir la serie; ella primero se deja ir y luego consulta. Si bien toca muchos instrumentos, el piano es el que traduce mejor sus emociones. Es probable que durante esos días ella diera a luz a su otro nombre, Gabriela Robin, y  al pollito que se asoma en la ‘Y’ de su firma.

Como sea, parecería que la trayectoria de la Niña del Sol no es tan extraordinaria como  vaticinaba su nombre algunos dirían que apenas alcanza a ser mencionada como curiosidad de cafetería. Pero como sucede con muchas frutas artísticas (no con todas), el jugo no se encuentra en los hechos externos, sino en la obra. Los nombres de Cowboy Bebop, Escaflowne no Tenkuu y Wolf’s Rain son los que más resuenan en mi cabeza cuando pienso en ella y les diré por qué.

SEE YOU SPACE COWBOY!
En un futuro de cazarrecompensas intergalácticos, aderezado con toques western, neoyorquinos y fronterizos, se desarrolla la historia que queremos que musicalices —me imagino que le dijeron a Yōko un buen día.

—Ah, bueno… —llanamente pudo haber contestado ella. Luego, a lo mejor se metió a su estudio y empezó a oír música aleatoria mientras escribía, como suele ser su costumbre.

Quizá “Tank!” empezó a tomar forma en su mente: las trompetas y los platillos dan una electrizante entrada, los contrabajos y los bongós luego llevan un ritmo más tranquilo sólo para anticipar un estallido de puros fuegos artificiales. Tal vez una seductora voz masculina podría anunciar la fiesta, o decir algo que suene como advertencia: “…Get everyone and their stuff together, Okay, 3..2..1..Let's JAM!” Bien, eso podría sintetizar el vértigo de la vida de la banda del Bebop. “Tiene que ser movido, pícaro y transmitir un aire de peligrosa audacia”, se diría ella frente a su piano.


¡Pero, mujer! ¿Qué le buscas? Eso se llama jazz —le contestaría un homunculillo lógico y razonable que suele reptar por su estudio—. Eso se toca en Estados Unidos; lo inventó el pueblo negro de las ciudades de la costa este, en medio de luces nocturnas, fuertes zapateos y terribles separaciones —le replicaría el bicho—, ¿qué tiene eso que ver contigo o con unos cazarrecompensas espaciales?

—¿Y qué? Es tan de ellos como nuestro —como a Yōko siempre le pareció más fácil tocar música que hablar, no le importa la cuestión de los géneros; si es la forma que necesita, eso es más que suficiente.

¡Haz lo que quieras! —y el homúnculo desaparecería por el momento. Ella podría haberse imaginado a Spike, el personaje principal. No le dieron características muy específicas, así que debió ingeniárselas para acertar. Sólo le dijeron que es un joven cínico y con recuerdos dolorosos de un viejo amor… ¡el saxofón lo diría bien! “Goodnight Julia” suena a una sola y melancólica voz y el piano sólo concentra aún más su canto. Pero, ¡un momento!, incluso podría tener una segunda parte, una continuación, una oportunidad para trascender el recuerdo: “Space lion” transcurre del solitario saxofón hasta cánticos infantiles, claros y cíclicos, donde ambas voces se combinan y revelan el final del camino.

A lo largo de la composición, Yōko también trabajó con su banda, The Seatbelts, y con Yamane Mai, una dulce cantante que adora el soul.

Según le dieron los argumentos de los capítulos de la serie, ella experimentó con más y diversos géneros —sin buscarlo y para irritación del homúnculo purista—: “LIVE in Baghdad” exuda el más puro espíritu metalero entre riffs rápidos y sonoros bits que inspiran headbangings; pero, si se trata de cowboys, por fuerza debe haber música western: “Go go Cactus Man” evoca escenas propias de El bueno, el malo y el feo; también hay momentos donde la harmónica bluesera de “Spokey Dokey” o soulera de “Digging my Potato” queda muy bien para transmitir viejos  dolores; el juguetón j-pop de “Cats on Mars” refleja la personalidad de Ed, la excéntrica niña genio; y “MUSAWE”, cantada por Hassan Bohmide, combina el jazz americano con las voces tradicionales sudafricanas. Al verlo con cuidado, lo cierto es que las estrellas no son muy diferentes de las luces de la ciudad en medio de la noche, la soledad en medio del espacio no es distinta a la soledad bajo la lluvia y los espasmos que producen en jazz se sienten igual allá arriba que aquí abajo.



Más de cien pistas apenas fueron suficientes para darle vida a un universo, literalmente, multicultural.

Session over.

EL GUYMELEF YSPANO Y EL LLAMADO DE LA ARCADIA
—Bien, esta historia se trata de una chica de preparatoria que adivina el futuro y conduce o anda por ahí sobre un mecha[2] blanco —le dijeron otro buen día a Kanno, por ahí de 1995.

—Entiendo —fue la escueta respuesta. Se encaminó a su trinchera y se puso a componer las primeras piezas, unas diez o veinte.

¡Pero, mujer! —chilló el homúnculo—, “¿sabes que también habrá reyes y príncipes, dragones y magia?, ¿qué sabes tú de eso?

—Claro que sí, aquí también tenemos magia. —Escaflowne no Tenkuu o La visión de Escaflowne, además, era una historia de amor; así debía ser el resto del proceso de composición. Su esposo compartió la tarea con ella.

La formación como chelista profesional de Hajime[3] y las fuertes influencias de Ravel y Debussy de Yōko se fundieron para crear un tipo de obra mucho más sinestésica (porque los sonidos también tienen colores y formas). Imagínense un lienzo blanco. Ahora, suena “Dance of curse”, por ejemplo, que empieza entre aceleradas cuerdas, cortas y agudas (se alternan brochazos amarillos, ocres y hasta anaranjados con rasguños blanquecinos), y luego explota entre percusiones graves y coros mixtos que repiten el mismo nombre: “ES-CA-FURO-NE” (pasa a repetidos rayones de verde y de ahí a bloques de vinos y terracota), las notas suben y bajan dramáticamente, representando la imagen de fuego, de guerra, de desastre; “Zaibach” es más lúgubre aun: el contrabajo y el chelo buscan sus tonos más bajos, la violas esperan y gritan en tono ascendente para acompañarlo; trompetas, cornos y tubas acercan poco a poco un peligro inminente (sólo se ve un fondo negro con plastas de marrón y rojo en puntiagudas y pesadas formas).

“Memory of Fanelia” y “Fatal” son piezas de aristocrática nostalgia. La primera usa violines al estilo de los reinos costeros del siglo XVIII y dulces toques de harpa (despiertan tonos oscuros del rojo, verde y azul trazados con delgadas líneas curvas de oro y plata, muy diferente de “Aoi Hitomi”, canción que comparte la misma melodía, pero en un juego visual más amoroso); la segunda es un solitario silbido de una vieja canción popular, como una débil llama en medio de la oscuridad (como un trazo blanco que titila a veces con más fuerza, a veces con menos, en un lienzo negro).

“Yakusoku wa Iranai” y “Hitomi theme” tienen esa dulce intensidad de todo tema romántico —no podía faltar—: la primera en una explícita declaración de fe, que entre los japoneses equivale a una de amor; la segunda (entre sus largos tonos blancos y pasteles), transmite la unión entre los dos amantes, Hitomi y Van, sin ninguna prisa, sin nada que explicar.

No obstante, las piezas más hermosas me parece que son “Arcadia” y su guarnición, “Angel”. Como sacadas de una ópera decimonónica, las voces femeninas se disuelven en el aire como un recuerdo lejano lleno de luz e imágenes cristalinas; llevan a un mundo ideal de alas blancas y paisajes bucólicos que fue y en medio de tragedias desapareció. Hay momentos incluso, en los que uno entiende el solemne discurso de Don Quijote sobre la Edad de Oro, una edad de perfecta armonía, donde las perversiones del mundo real no llegan.

La música también construyó, en aquel entonces, su propia historia de amor.

¡CORRE, LOBO, CORRE, EN BUSCA DE LA FLOR LUNAR!
En un futuro no muy lejano, los lobos casi se han extinguido, el mundo está al borde de la destrucción y la única esperanza reside en un lobo vagabundo… Eso es lo que tenemos hasta ahora. —Podrían haber dicho unos ejecutivos de los estudios BONES entre 2001 y 2002.

—Está bien —y una vez más, Yōko, como siempre, se metería a trabajar en su estudio. Tal vez se puso a darle vueltas al asunto. Los lobos, los ōkami, eran no sólo animales sagrados en la antigua cultura japonesa, eran mensajeros, eran puentes, eran dioses guardianes. Ya no están, ya casi se han ido. Recordarlos es sentir el dolor de su ausencia, pero también es pensar en el futuro. La música debe decirle a la gente de este sufrimiento y de la esperanza que le sigue.

¡No entiendo! —atacó de nuevo el homúnculo lógico—. Los lugares de los que hablan son  ciudades como las de Europa del este, ¿sabes cómo es la vida allá? Además, los lobos salvajes y su culto se remontan a siglos atrás, pero esta gente habla del futuro, de una extrema modernidad, ¿qué tiene que ver una cosa con la otra?

—No —quizá lo interrumpió con calma la compositora—: ya sea barbarie civilizada o civilización barbárica, no se excluyen el uno al otro; los dos están ahí —y no volvería a hacer caso.

El caso de Wolf’s Rain es único por la convivencia perpetua de contradicciones (que no antinomias), no sólo a nivel de narrativa, sino en cómo las melodías revelan tal discordancia sublimada en un todo indisoluble.

En efecto, las melodías pensadas para esta serie muestran una influencia internacional aun más amplia que en Cowboy Bebop: Polonia, República Checa[4], Italia[5], Francia[6], Brasil[7], Estados Unidos[8], India[9] y Japón[10] se encuentran presentes, menos en forma de géneros musicales y más en discursos sonoros alrededor de un mismo concepto: la búsqueda delラクエン (Rakuen), el Paraíso. El viaje de los Lobos con la Flor Lunar sólo tiene significado a partir de esta idea; sin embargo, su Paraíso no es la perfección redentora de Occidente, es el mundo donde los Lobos reinan y dan a luz a la Humanidad y a nuevos comienzos. No es el final, es la siguiente parada y el retorno a la vez.

A diferencia de La visión de Escaflowne, cada pieza de Wolf’s Rain no evoca colores o formas, sino que apela a la memoria, recupera recuerdos y los hace tangibles dentro del propio cuerpo, como si algo nos llamara desde el interior. Así, resulta natural compartir la inquietud de Kiba, el lobo ártico que inicia la historia: “No hay nada en el final del mundo. No importa cuánto camine, el mismo sendero sigue y sigue. Aun así, ¿por qué siempre tengo el mismo deseo…? Puedo oír a alguien llamándome: ‘Busca el Paraíso’”.

Los sentimientos que evocan estas melodías se manifestaron de una manera muy curiosa en mi caso, pues los pude traducir en algo abstracto en extremo y concreto a la vez: los tiempos del lenguaje (al menos, del español y en bella nomenclatura):  “Pilgrim snow” y “Hounds” suenan a presente, a acciones que transcurren en el ahora del yo soy, sin antecedentes obligados o consecuencias necesarias; “Visions of a flame” e “Indiana” suenan al remoto pretérito colectivo del fuimos, en el que nos sentábamos alrededor del fuego y nos mirábamos unos a otros escudriñando respuestas, mientras que “My little flower” suena a un pretérito individual, un inocente e infantil fui; “Mouth on fire” y “Silver river” suenan a copretérito, un momento visto en su duración y, tal vez, el yo era se vio interrumpido por otra acción o se congeló en el tiempo; “Tsume no suna”, “Escape” y “Face on” suenan a un futuro urgente y atribulado, sin mayor inquietud que su propio e inalcanzable acontecer de yo seré.


No obstante, la serie compuesta por “Sold your soul”, “Separated”, “Friends”, “Rakuen”, Leaving on Red hill”, “Paradiso”, “Beyond me” y “Go to Rakuen” resuenan más hondo. Todas, solas o en conjunto, suenan a los más tristes y estáticos tiempos: a pospretérito —en su tono de esperanza y de posibilidad para formar el yo sería— y a pretérito subjuntivo —cuya existencia es condicionada al si yo fuera; pero verdaderamente llega a doler cuando las notas tintinean como antecopretérito subjuntivo y sus ecos provenientes de ningún lugar: si yo hubiera sido.

No sé si un trabajo de composición es más auténtico, real o verdadero que otro, ya sea que nazca de forma espontánea o por encargo, pero el uso que se le dé no determina su valor. El trabajo de  Kanno Yōko, me parece, dice mucho más acerca de su vida que lo que dejan ver sus entrevistas, biografías u otras fuentes (y, seamos honestos, de todas formas no hay mucho que contar). Por supuesto, ninguno de los amables lectores tiene la obligación de creer mis palabras. Lo que es más: debe dudar de ellas, acercarse a escucharla y extraer una experiencia e interpretación propias (en el mejor de los casos, compartiremos la misma locura).

En fin, desde donde yo lo veo, se trata de una propuesta con sabor a táctica certeausiana: dentro del sistema de la cultura de masas y a partir de los elementos proporcionados por la “cultura popular”, en vez de establecer un lugar común de domesticación, la compositora construye una y otra vez un nuevo lugar de enunciación desde el cual dialoga con el público. Es casi seguro que sus motivos sean mucho menos políticos que estéticos, pero —para nuestra fortuna y alegría— cada quién sabrá cómo apropiarse de cada una de sus músicas.

La Niña del Sol brilla y el homúnculo se calla.


[1] Hecho doblemente doloroso por la fecha y por el lugar— debido a los últimos acontecimientos en la costa noreste de la isla principal.
[2] Mecha es la abreviación de Mechanical, término que en Occidente ha servido para designar robots gigantes, ya clásicos en el imaginario popular. En Japón, "mecha" puede englobar cualquier aparato electrónico de uso diario. 
[3] Mizoguchi Hajime (Tokio, 1960). Es un afamado chelista y compositor. Si bien ha trabajado en varias bandas sonoras de anime, la mayoría de su trabajo se enfoca en composiciones clásicas.
[4] Las Orquestas Filarmónicas de Varsovia y Praga.
[5] Franco Sensalone.
[6] Ilaria Graziano.
[7] Joyce.
[8] Steve Conte.
[9] Raj Ramayya.
[10] Sakamoto Maaya.