lunes, 13 de agosto de 2012

La burla, la nariz y el ingenio: La traducción española de Cyrano de Bergerac


Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una alquitara medio viva,
érase un peje espada mal barbado;
era un reloj de sol mal encarado,
érase un elefante boca arriba,
érase una nariz sayón y escriba,
un Ovidio Nasón mal narigado.
Érase el espolón de una galera,
érase una pirámide de Egito,
las doce tribus de narices era;
érase un naricísimo infinito
frisón archinariz, caratulera,
sabañón garrafal, morado y frito.
Francisco de Quevedo, “A un hombre de gran nariz”

Todos, creo yo, hemos sido víctima del escarnio de algún fulano abusivo; tal vez recordemos algún episodio que aún nos hiera, ya sea por la vergüenza, el enojo o las lágrimas que nos provocó (la risa, como todos sabemos, tiene sus bases en la ridiculización de los defectos de otros).

El arte de la burla porque es un arte suele ser subestimado y banalizado. Es cierto que se necesita determinado nivel de crueldad, pero es innegable también que se requiere una mínima cantidad de ingenio para hacer efecto; por ello, después de hacer memoria y tras un somero análisis académico, me di cuenta de que ninguna de las burlas que me lanzaron en su momento tenía la riqueza de la que es capaz la lengua (de Letras tenía que ser…)  y, por tanto, ahora ni siquiera vale la pena sentirse agraviada por ellas. Con todo, cuando se es pequeño y uno es molestado por ser diferente, es inevitable desear venganza: “¡Que lo atropelle un camión!”, “¡que un dinosaurio lo mastique y lo escupa!”, “¡que se tropiece con sus agujetas y se descalabre!”, “¡que mi papá le ponga en su jefa!”. Uno anhelaba que algún evento o sujeto redentor nos devolviera nuestra dignidad, pero ¿cuántos de nosotros llegamos a tomar el asunto en nuestras propias manos? Claro que siendo pequeñito, débil y sin ninguna educación en el combate, era difícil siquiera imaginar tal cosa. Entonces, acaso debería existir algún otro campo en dónde equilibrar las circunstancias…

Fue un tal Edmond Rostand quien me dio la respuesta: en el campo de las palabras.  Cyrano de Bergerac, publicada en 1897, fue mi primer manual de defensa personal. Ahora que lo pienso, la manera en que la conocí quizá no fue la más adecuada, pero sí la más afortunada: cuando tenía cinco o seis años, solíamos coleccionar las adaptaciones animadas que Hanna-Barbera hacía de obras clásicas, incluyendo la de Cyrano (con la voz del inigualable José Ferrer), la cual me divertía y me hacía llorar cada vez que la veía. Unos años después vi la película con Vincent Perez y Gerárd Depardieu… para ser honesta, no entendí casi nada. Cuando cursaba el CCH, supe del libro (¡escondido en mi propia biblioteca, ni más ni menos!); claro que para entonces ya me emocionaban algunas partes, pero más por mis referentes pasados que por la obra literaria misma.





No obstante de toda una vida de tenerlo conmigo, fue sólo hasta hace  poco tiempo que conocí por primera vez al caballero gascón de nariz enorme como autor poético y su historia como objeto de goce estético, en español y en francés.


En clase, David Huerta nos dijo hace poco que la poesía en español no sólo comprende la que está escrita originalmente en dicho idioma; las buenas traducciones también forman parte de nuestra poesía.

Por supuesto que tenemos muchas traducciones, pero casi todas son literales o no buscan recrear la intención poética más que con una u otra rima consonante. Después de leer, como estudiante de Letras Hispánicas, la versión de  Luis Vía, José Oriol Martí y Emilio Tintorer[1], concluí que ésta es un hermoso ejemplo de “una obra apropiada por medio del lenguaje”. Los traductores de Cyrano logran, con graciosas adaptaciones siempre fieles—, extender la dulce sorna francesa hacia el grave carácter español.

Aun cuando las escenas más famosas suelen ser las de tema amoroso[2]; en definitiva, la que más disfruto siempre será la de la trifulca entre Valvert y Cyrano en el teatro (Acto Primero, Escena IV), en la que el uno busca fastidiar al otro, para después terminar como un torpe bufón frente a todos.

Ahora bien, esta escena comprende tres partes o acciones: 1) la famosa e hiperbólica “Tirada de las narices”, 2) la defensa del honor de Cyrano y 3) el combate a espada y palabra, del cual Valvert sale herido. En términos poéticos, me parece que las más valiosas son las primeras dos; así que veamos la “tirada”:

[...]
LE VICOMTE DE VALVERT:
Vous...Vous avez un nez... heu... un nez... très grand.
CYRANO (Gravement):
Très!
LE VICOMTE:
Ha!
CYRANO (Imperturbable):
C’est tout?
LE VICOMTE:
Mais…
CYRANO:
Ah! Non! C'est un peu court, jeune homme!
On pouvait dire... Oh! Dieu! ... bien des choses en
                                                                    [somme...
En variant le ton, —par exemple, tenez:
Agressif: «Moi, monsieur, si j'avais un tel nez,
Il faudrait sur le champ que je me l'amputasse!»
Amical: «Mais il doit tremper dans votre tasse:
Pour boire, faites-vous fabriquer un hanap»
Descriptif: «C'est un roc !... c'est un pic... c'est un cap!
Que dis-je, c'est un cap?... c'est une péninsule!»
Curieux: «De quoi sert cette oblongue capsule?
D'écritoire, monsieur, ou de boîte à ciseaux?»
Gracieux : « aimez-vous à ce point les oiseaux
Que paternellement vous vous préoccupâtes
De tendre ce perchoir à leurs petites pattes?»
Truculent: «Ça, monsieur, lorsque vous pétunez,
La vapeur du tabac vous sort-elle du nez
Sans qu'un voisin ne crie au feu de cheminée?»
Prévenant: «Gardez-vous, votre tête entraînée
Par ce poids, de tomber en avant sur le sol!»
Tendre: «Faites-lui faire un petit parasol
De peur que sa couleur au soleil ne se fane!»
Pédant: «L'animal seul, monsieur, qu'Aristophane
Appelle Hippocampelephantocamélos
Dut avoir sous le front tant de chair sur tant d'os!»
Cavalier: «Quoi, l'ami, ce croc est à la mode?
Pour pendre son chapeau c'est vraiment très
                                                                   [commode!»
Emphatique: «Aucun vent ne peut, nez magistral,
T'enrhumer tout entier, excepté le mistral!»
Dramatique: «C'est la Mer Rouge quand il saigne!»
Admiratif: «Pour un parfumeur, quelle enseigne!»
Lyrique: «Est-ce une conque, êtes-vous un triton?»
Naïf: «Ce monument, quand le visite-t-on?»
Respectueux: «Souffrez, monsieur, qu'on vous salue,
C'est là ce qui s'appelle avoir pignon sur rue!»
Campagnard  «Hé, ardé ! C'est-y un nez? Nanain!
C'est queuqu'navet géant ou ben queuqu'melon nain!»
Militaire: «Pointez contre cavalerie!»
Pratique: «Poulez-vous le mettre en loterie?
Assurément, monsieur, ce sera le gros lot!»
Enfin parodiant Pyrame en un sanglot:
«Le voilà donc ce nez qui des traits de son maître
A détruit l'harmonie ! Il en rougit, le traître!»
—Voilà ce qu'à peu près, mon cher, vous m'auriez dit
Si vous aviez un peu de lettres et d'esprit:
Mais d'esprit, ô le plus lamentable des êtres,
Vous n'en eûtes jamais un atome, et de lettres
Vous n'avez que les trois qui forment le mot: sot!
Eussiez-vous eu, d'ailleurs, l'invention qu'il faut
Pour pouvoir là, devant ces nobles galeries,
Me servir toutes ces folles plaisanteries,
Que vous n'en eussiez pas articulé le quart
De la moitié du commencement d'une, car
Je me les sers moi-même, avec assez de verve,
Mais je ne permets pas qu'un autre me les serve. 
[...]

[...]
EL VIZCONDE DE VALVERT:
Tenéis una...nariz...muy...grande
CYRANO (Gravemente):
                   Mucho.
VALVERT:
¡Ja! ¡ja!
CYRANO (Imperturbable):
            ¿Y qué más?
VALVERT;
                                Pero...
CYRANO:
Seguid; ya escucho (Pausa.)
Eso es muy corto, joven; yo os abono
 que podíais variar bastante el tono.
Por ejemplo: Agresivo: "Si en mi cara
tuviese tal nariz, me la amputara".
Amistoso: "¿Se baña en vuestro vaso
al beber, o un embudo usáis al caso?"
Descriptivo: "¿Es un cabo? ¿Una escollera?
Mas, ¿qué digo? ¡Si es una cordillera!".
Curioso: "¿De qué os sirve ese accesorio?
¿De alacena, de caja o de escritorio?".
Burlón: "¿Tanto a los pájaros amáis,
que en el rostro una alcándara les dais?".
Brutal: "¿Podéis fumar sin que el vecino
-¡Fuego en la chimenea!- grite?". Fino:
"Para colgar las capas y sombreros
esa percha muy útil ha de seros".
Solícito: "Compradle una sombrilla:
el sol ardiente su color mancilla".
Previsor: "tal nariz es un exceso:
buscad a la cabeza contrapeso".
Dramático: "Evitad riñas y enojo:
si os llegara a sangrar, diera un Mar Rojo".
Enfático: "¡Oh, Nariz!… ¡ Qué vendaval
te podría resfriar? Sólo el mistral".
Pedantesco: "Aristófanes no cita
más que un ser sólo que con vos compita
en ostentar nariz de tanto vuelo:
el Hipocampelephantocamelo".
Respetuoso: "Señor, bésoos la mano:
digna es vuestra nariz de un soberano".
Ingenuo: "De qué hazaña o qué portento
en memoria, se alzó este monumento?".
Lisonjero: "Nariz como la vuestra
es para un perfumista linda muestra".
Lírico: "¿Es una concha? ¿Sois tritón?".
Rústico: ¿Eso es nariz o es un melón?".
Militar: "Si a un castillo se acomete,
aprontad la nariz: ¡terrible ariete!".
Práctico: "¿La ponéis en lotería?
¡El premio gordo esta nariz sería!".
Y finalmente, a Píramo imitando:
"¡Malhadada nariz que, perturbando
el rostro de tu dueño la armonía,
te sonroja tu propia villanía!".
Algo por el estilo me dijerais
si más letras e ingenio vos tuvierais;
mas veo que de ingenio, por la traza,
tenéis el que tendrá una calabaza,
y ocho letras tan sólo, a lo que infiero:
las que forman el nombre: Majadero.
Sobre que, si a la faz de este concurso
me hubieseis dirigido tal discurso
e, ingenioso, estas flores dedicado,
ni una tan sólo hubierais terminado,
pues con más gracia yo me las repito
 y que otro me las diga no permito.
[...]
Por el lado francés, lo primero que resalta es el verso alejandrino[3], cuya rima masculina domina sobre la ocasional femenina; entonces tenemos un esquema simétrico (6 + 6), la sintaxis coincide (lo que hace que el encabalgamiento sea raro). La rima —siempre consonante— se produce tendencialmente entre los llamados “tonos”, en términos del propio Cyrano. Tenemos, por ejemplo, la rima entre el tono “Militar” y el “Práctico”:

Militaire: «Pointez contre cavalerie!»
Pratique: «Poulez-vous le mettre en loterie ?


Ahora veamos el lado del español. Como tal, prevalece la rima femenina consonante y he aquí el inicio de las bellezas de la traducción: el verso está adaptado a un endecasílabo que alterna entre el enfático (acentos en 1ª y 6ª sílabas), el heroico (acentos en 2ª y 6ª sílabas) y el melódico (acentos en 3ª y 6ª sílabas) el cual predomina en la mayoría de los tonos; por supuesto, hay varios encabalgamientos y los adaptadores permiten, en general, sólo una rima por tono, tal como sigue:

Militar: "Si a un castillo se acomete,
aprontad la nariz: ¡terrible ariete!".
Práctico: "¿La ponéis en lotería?
¡El premio gordo esta nariz sería!".

Así, en nuestra lengua ya no escuchamos el largo y elaborado alejandrino —que tiene la virtud de sonar como una conversación natural—, sino una italianizante y —en cierta manera— solemne burla. La cadencia del endecasílabo no quebranta la agilidad mental de Cyrano, al contrario, le proporciona un dinamismo más acorde con la propia traducción léxica.

A propósito del léxico; como se ve más arriba, la manera y el orden en que se combinan los tonos en francés y en español para resolver las rimas son diferentes, lo cual me parece uno de los detalles más admirables del trabajo de adaptación. Entonces, al principio, el orden es el mismo hasta el séptimo tono, donde la cosa empieza a variar, de tal modo que tenemos el siguiente resultado:
Tono en francés
Tono en español[4]
1. Agressif
1. Agresivo
2. Amical
2. Amistoso
3. Descriptif
3. Descriptivo
4. Curieux
4. Curioso
5. Gracieux
5. Burlón
6. Truculent
6. Brutal
7. Prévenant
7. Fino (10f)
8. Tendre
8. Solícito
9. Pédant
9. Previsor(7f)
10. Cavalier
10. Dramático (12f)
11. Emphatique
11. Enfático
12. Dramatique
12. Pedantesco (9f)
13. Admiratif
13. Respetuoso (16f)
14. Lyrique
14. Ingenuo (15f)
15. Naïf
15. Lisonjero (13f)
16. Respectueux
16. Lírico (14f)
17. Campagnard
17. Rústico
18. Militaire
18. Militar
19. Pratique
19. Práctico

En término de “traslación de sentido”, habría que hacer una precisión: se trata de oído y sensibilidades; el chiste en una lengua rara vez pega igual en otra, en especial cuando se traduce de forma literal. El acento agudo del francés hace sonar bien la chanza, le da un toque particularmente sabroso cuando se pronuncia con una inocente boquita semicerrada; pero, para un hispanohablante, la gravedad le confiere una contundencia más seca. Es cierto, quizá suene más adorable:
Gracieux: «Aimez-vous à ce point les oiseaux
Que paternellement vous vous préoccupâtes
De tendre ce perchoir à leurs petites pattes?»

por “la preocupación paternal”, las “patitas de los pájaros” y quizá, por los brinquitos fónicos entre sorda y sorda, que

Burlón: "¿Tanto a los pájaros amáis,
que en el rostro una alcándara les dais?"

pero el juego lingüístico se equilibra con el precioso arabismo tan propio de la península, juego que, por cierto, aparece de nuevo más adelante casi al final de la “Defensa del honor de Cyrano”; el

Maraud, faquin, butor de pied plat ridicule!


donde el ‘bribón’, ‘sinvergüenza’ o ‘canalla’ es traducido por
¡Badulaque, fanfarrón,
ganapán!...

¡mozarabización del latín el primero, arabismo hispánico el segundo!  En otros tonos, la gracia no se detiene ahí. Por ejemplo, me suena mejor y más adecuado

[Lírico: "¿Es una concha? ¿Sois tritón?".]
Rústico: ¿Eso es nariz o es un melón?".

 por la llaneza del verso y el genial contraste con el tono “Lírico” precedente, que

Campagnard: «Hé, ardé! C'est-y un nez? Nanain!
C'est queuqu'navet géant ou ben queuqu'melon nain!».


del cual tampoco se puede ignorar la introducción de “gasconismos” en el afán de hacer verosímil el tono. Creo que tiene un efecto más enternecedor el elaborado
Ingenuo: "De qué hazaña o qué portento
en memoria, se alzó este monumento?",

que el sencillo
Naïf: «Ce monument, quand le visite-t-on?»

Ahora bien, me parece que si la primera parte es una delicia italianizante, la segunda es un portento del todo español.

DE GUICHE (voulant emmener le vicomte pétrifié):
Vicomte, laissez donc!
LE VICOMTE (suffoque):
Ces grands airs arrogants!
Un hobereau qui… qui… n’a même pas de gants!
Et qui sort sans rubans, sans bouffettes, sans ganses!
CYRANO:
Moi, c’est moralement que j’ai mes élégances.
Je ne m’attife pas ainsi qu’un freluquet,
mais je suis plus soigne si je suis moins coquet;
je ne sortirais pas avec, par négligence,
un affront pas très bien lave, la conscience
jaune encor de sommeil dans le coin de son œil,
un honneur chiffonne, des scrupules en deuil.
Mais je marche sans rien sur moi qui ne reluise,
empanache d’indépendance et de franchise;
ce n’est pas une taille avantageuse, c’est
mon ame que je cambre ainsi qu’en un corset,
et tout couvert d’exploits qu’en rubans je m’attache,
retroussant mon esprit ainsi qu’une moustache,
je fais, en traversant les groupes et les ronds,
sonner les vérités comme des éperons.






LE VICOMTE:
Mais, monsieur…
CYRANO:
Je n’ai pas de gants ?... La belle affaire!
Il m’en restait un seul… d’une très vieille paire!
—Lequel m’était d’ailleurs encor for importun:
Je l’ai laisse dans le figure de quelqu’un.




LE VICOMTE:
Maraud, faquin, butor de pied plat ridicule !

CYRANO (ôtant son chapeau et saluant comme si le vicomte venait de se présenter):
Ah !... Et moi, Cyrano-Savinien-Hercule
de Bergerac.

(Rires.)
LE VICOMTE (exaspéré):
Bouffon!
[…]
GUICHE (queriendo llevarse al vizconde[…]
Ven, vizconde.
VALVERT (sofocado):
                           ¡Tal jactancia
y tonos tan arrogantes
un hidalguillo… sin guantes!
CYRANO:
Es más noble mi elegancia.
Si visto con negligencia
y cual dama no me aliño,
es más blanca que el armiño
y más limpia mi conciencia.
Pobre y humilde es mi traje;
mas el sol no me alumbrara
si mi claro honor manchara
ni aun la sombra de un ultraje.
Al más estrecho deber
me ciño, y no mi cintura
pongo en constante tortura
para buen talle tener.
No soy siervo de la moda,
mi voluntad es mi ley,
y, orgulloso como un rey,
hago cuanto me acomoda.
Desprecio las vanidades
y el valor que estriba en telas,
y hago sonar como espuelas
a mi paso las verdades.
VALVERT:
Pero…
CYRANO:
             ¡Venirme a insultar
porque guantes no tenía!...
Uno quedábame un día,
recuerdo, de un viejo par.
Bien pronto de él me libré;
menguada molestia diome;
vino un necio, importunóme,
y en su rostro lo dejé.
VALVERT:
¡Badulaque, fanfarrón,
ganapán!...
CYRANO (Quitándose el sombrero, y saludando como si el vizconde acabara de presentarse):
                   ¡Ah! Y yo, Cyrano
Hércules y Saviniano
de Bergerac. (Risas.)
VALVERT (exasperado):
                     ¡Pché! ¡Bufón!
[…]

En francés, el alejandrino continúa, ¡pero en español los traductores optaron por el verso octosílabo! Justamente cuando Cyrano habla de su carácter genuino y defiende su honor frente al falso noble —que de noble sólo tiene la ropa—, lo hace en métrica española pura, más ágil y vivaz. El verso más antiguo y natural de nuestro idioma, propio del pueblo y de cultos a lo largo de siglos, resulta ser el más adecuado para hablar de las virtudes. Tal decisión me hace pensar que el trabajo no se limitó a sólo traducir y a adaptar, también buscó el apropiarse del personaje, sus sentimientos y su razonamiento[5]. Entonces, no me sorprende que la noche del 1º de febrero de 1899, fecha en que la obra se estrenó en el Teatro Español de Madrid, fuera un completo éxito, en especial entre los amantes de la lengua original.

En términos de contenido, Cyrano nos ofrece una deliciosa lección: aun siendo un hábil espadachín que no necesita más de un par de estoques para terminar con su infeliz víctima, elige primero hacer uso de la palabra para despojarlo de su insulsa arrogancia y demostrar que la actividad poiética trasciende los elevados ámbitos de las artes. Algo tan simple como una pulla requiere de gracia, agudeza y rapidez mental, de tal modo que nuestro soldado-poeta de faz prominente se apropia de aquello que lo hiere —porque de eso no hay duda—; lo transforma, lo sublima, lo destila y reelabora una ironía purificada, libre de escoria. Sabe quién es y sabe demostrarlo.

Las cosas claras: en realidad, lo anterior es menos un estudio meticuloso, serio y concienzudo que una invitación para disfrutar un redescubrimiento personal. Para mí, cada vez que leo cómo Luis, José y Emilio (la familiaridad llegó sola) resuelven las diversas situaciones lingüísticas y poéticas planteadas en la obra, me recorre la espina un espasmo que se extiende por toda la piel y hasta los huesos (me pongo “chinita, chinita”).

Antes, esbocé dos ideas que ahora me gustaría completar: una, que el modo en que conocí a Cyrano “no fue el más adecuado, pero sí el más afortunado”. “Poco adecuado” porque, si hay algo que puede arruinar el valor artístico de una obra literaria es haber sido dada a conocer primero en versiones ya digeridas; “afortunado”, sin embargo, porque fueron los medios indicados para entender un nuevo nivel a cada edad (quizá, de haber sido al revés, hoy no lo disfrutaría tanto). Otra, que la cuarta escena es mi favorita, no únicamente por la chusca situación y la belleza del lenguaje empleado como un arma, sino por el despliegue de ingenio al servicio de la contraburla, en labios de un hombre extraordinario como la revancha última de los que, en algún momento de nuestras vidas, fuimos ridiculizados y humillados por simples “majaderos”.

En fin, a manera de epílogo, sólo me resta confesar —con cierta pena y mucho orgullo— lo siguiente: cuando aprendí que podía defenderme con palabras, viví mi época de secundaria como una de las chicas más temibles de la escuela; todos sabían que si buscaban pleito o diversión a costa mía, saldrían humillados (no de una manera tan fina y elegante como hubiera deseado, pero sí efectiva). Bastaba con advertirles que si en verdad querían entablar semejante encuentro para que desistieran y dieran la media vuelta con la cabeza baja.  Unos pocos años después, también aprendí a empuñar el sable tanto para golpear como para cortar, pero ¿con qué necesidad sino estética? Al fin de cuentas, no difiere mucho una hoja afilada de un ingenio despierto.


[1] Escrita en 1899, sólo dos años después de la publicación original francesa.
[2] Roxana, sobre el balcón; Cristián y Cyrano debajo, una débil luz de luna y casi puras sombras… ¡Qué escena!
[3] Verso común en francés desde tiempos de El libro de Alexaindre, pero en desuso en tiempos de los románticos. A finales del siglo XIX se retoma para combinar innovación y tradición, lo que constituirá una constante a lo largo del siglo XX.
[4] El número entre paréntesis indica el equivalente en francés.
[5] Cabe destacar el hecho de que, a lo largo de toda la obra, los metros que dominan son el octosílabo y el endecasílabo: el primero es usado no sólo para los diálogos cotidianos (alternando con algún decasílabo), sino para resalta momentos de gran contenido moral; el segundo —y esto también es notable— se presenta únicamente para las escenas más cargadas de sentimiento, por ejemplo cuando Cyrano se le declara a Roxana bajo el balcón (Acto Tercero, Escenas VII y X) o en el discurso del poeta-cadete antes de morir (Acto Quinto, Escenas VI y VII).