martes, 15 de abril de 2014

Carta de Vincent Van Gogh a su hermano menor Theo

No muchos saben sobre la vida y obra de Vincent Van Gogh (fuera de la oreja mochada y los girasoles). Justamente, fue hacer un simple dibujo de girasoles frente a un cielo azul con crayones lo que me llevó a sentir curiosidad por su historia. Después, tuve la suerte (¿suerte?) de encontrar un libro muy particular en mi biblioteca. Entre los amplios estudios, análisis y reproducciones, encontré cartas entre Vincent y su hermano menor, Theo, quien estuviera a su lado y apoyándolo hasta su muerte. Una en especial me conmovió hasta las lágrimas. Tal fue la impresión, que tuve la necesidad de traducirla y ponerla aquí.

El texto original en inglés y las imágenes los tomé del libro:
STEIN, Alyson (Ed.), Van Gogh: a retrospective, New York: Park Lane, 1986.



NOTA: Hice la reproducción y traducción con fines puramente didácticos y artísticos.
_______________________________________

Sobre el Asilo [Saint Paul-de-Mausole] en Saint-Rémy (1889) (pp. 153-155)

Finales de mayo, 1889

Tengo un cuartito cubierto de papel gris verdoso, con dos cortinas de verdemarino con un diseño de rosas muy pálidas e iluminadas por ligeros toques de un rojo sanguino.

Estas cortinas ―probables reliquias de un occiso rico y arruinado― tienen un diseño muy bonito. Un sillón muy viejo (tal vez viene de la misma fuente) está forrado con tapiz salpicado ―como un Diaz o un Monticelli―, con café, rojo, rosa, blanco, crema, negro, azul nomeolvides y verde botella. A través de la ventana enrejada, alcanzo a ver un campo de trigo cercado y cuadrado (una perspectiva muy Van Goyen) sobre el cual veo el sol matutin elevarse en toda su gloria. Además de éste ―ya que hay más de treinta cuartos vacíos―, tengo otro para trabajar.

Wheat field with rising sun. 1889.
Black chalk and reed pen. 18 1/2 X 24 3/8" (47 x 62 cm).
Staatliche Graphische Sammlungen, Munich.


La comida está... más o menos. Naturalmente, sabe algo mohosa, como en un restaurante infestado de cucarachas en París o en una pensión. Ya que estas pobres almas no tienen absolutamente nada (ni un libro, nada que los distraiga fuera de un juego de bolos y otro de damas), no tienen otra distracción diaria que rellenarse con garbanzos, frijoles, lentejas y demás provisiones y mercancías de las colonias en cantidades fijas, a horas regulares.

Como la digestión de tantas comodidades ofrece ciertas dificultades, llenan sus días de una manera tan inofensiva como barata.

Fuera de bromas, el miedo a la locura me abandona mientras veo de cerca a quienes son afectados de una manera que bien podría afectarme a mí mismo en el futuro.

Antes sentía aversión por estas criaturas y era un pensamiento horroroso para mí ser reflejo de tantos de nuestra profesión: Troyon, Marchal, Méryon, Jundt, M. Maris, Monticelli y tantos otros que terminaron así. Ni siquiera pude obligarme a imaginarlos en tal condición. Bueno, ahora pienso en todo esto sin miedo; es decir, ya no pienso que sea algo más aterrador que si les hubiera pegado otra cosa, tisis o sífilis por ejemplo. Veo a estos artistas recuperar su serenidad, ¿es poca cosa ―te pregunto― que me reúna de nuevo con los maestros de nuestra profesión? Eso, más allá de cualquier chiste, es algo de lo que estoy profundamente agradecido.

Fountain in the garden of the Asylum. 1889.
Black chalk, pen, reed pen, and brown ink. 19 5/8 X 18 1/8" (49.5 x 46 cm).
Rijksmuseum Vincent van Gogh, Amsterdam.


Pues aunque algunos aúllan y desvarían continuamente, aquí hay mucha amistad verdadera. Dicen que debemos aguantar a otros para que los otros nos aguanten a nosotros, y demás argumentos sólidos que realmente llevan a la práctica. Nos entendemos muy bien. Por ejemplo, a veces puedo platicar con uno que puede responderme con sonidos incoherentes porque no me tiene miedo.

Si alguien tiene un ataque, los otros lo cuidan e interfieren para que no se haga daño a sí mismo.

De igual manera sucede con aquellos cuya locura escala hasta la furia. Los antiguos inquilinos de la casa vienen corriendo para separar a los combatientes (si se desarrolla tal combate)…

Es cierto que hay algunos de condiciones más serias, que son sucios o peligrosos. Estos están en otra ala.

Tomo un baño dos veces a la semana y ahí me quedo por dos horas. Mi estómago está infinitamente mejor que hace un año, así que ―hasta donde sé― sólo debo seguir adelante. Además, pasaré menos tiempo aquí, creo, considerando que otra vez tengo trabajo pendiente, pues el panorama pinta hermoso.

La habitación donde nos quedamos en días húmedos o lluviosos es como una sala de espera de tercera clase en un pueblucho estancado, tanto más cuando rondan lunáticos distinguidos que siempre usan sombrero, espejuelos, un bastón y una capa de viaje (casi como en un lugar de riego y donde ellos representan a los pasajeros).

De nuevo ―hablando de mi condición―, estoy agradecido por otra cosa. Imagino que durante los ataque de otros, también escucharon sonidos y voces extrañas como yo y también las cosas parecieron cambiar ante sus ojos. Eso disminuye el horror que sentí al principio del ataque que sufrí (y que, cuando te toma desprevenido, sólo puede aterrarte hasta el límite). [Pero] una vez que sabes que es parte de una enfermedad, lo tomas como cualquier cosa. Si no hubiera visto a otros lunáticos de cerca, no hubiera sido capaz de dejar de pensar en ello. Pues la angustia y el sufrimiento no son ninguna broma cuando eres presa de un ataque. La mayoría de los epilépticos se muerden la lengua y se hacen daño. [El doctor Félix] Rey me dijo que había visto un caso en que alguien se había mutilado su propia oreja, al igual que yo, y creo haber escuchado a un doctor de aquí decir  ― cuando me vino a ver con el director― que él también había visto algo así antes. Realmente creo que cuando sabes qué es, una vez que eres consciente de tu condición y de ser sujeto de ataques, entonces puedes hacer algo para evitar ser sorprendido por el sufrimiento o el terror. Ahora que ha disminuido, en estos cinco meses, tengo grandes esperanzas de superarlo, o al menos, de no tener ataques tan violentos. Hay alguien aquí dentro que ha estado gritando y hablando como yo todo el tiempo por la noche; cree escuchar voces y palabras en los ecos del pasillo, probablemente porque los nervios del oído están enfermos y muy sensibles;  en mi caso, fue [me torturó] tanto mi vista como mi oído, lo cual ― según lo que me dijo Rey un día― es muy común al principio de la epilepsia. Entonces, el impacto fue tal que me enfermó hasta no poder moverme, y nada me hubiera gustado más que no despertar nunca jamás. Ahora, este horror a la vida es menos fuerte y la melancolía, menos aguda….

Self-portrait with bandaged ear. 1889.
 Canvas. 23 5/8 X 19 1/4" (60 x 49 cm).
Courtauld Institute Galleries, London. 


Principios de septiembre, 1889


El tratamiento a los pacientes en este hospital es muy sencillo ―uno podría seguirlo incluso mientras viaja― pues no hacen absolutamente nada; los dejan vegetar en quietud total y los alimentan con comida vieja y ligeramente echada a perder…

No hay comentarios:

Publicar un comentario