domingo, 20 de abril de 2014

Niños, adultos y literatura: Sobre el peligro de las buenas intenciones

Les paso el jugoso chisme de que ¡la Revista Síncope ha sacao un número exclusivo sobre LIJ! Amablemente, me pidieron escribir un ensayo para la ocasión y aquí está. ¡Ojalá lo disfruten y no olviden echarle un lente a todos los demás textos!

Les dejo aquí un fragmento para invitarlos a seguir leyendo en la página de la revista:


“Los chicos, aun los más pequeñitos, son seres pensantes.
Casi podríamos decir que son seres humanos.”
Les Luthiers

No obstante las apariencias, empezar a hablar de literatura infantil y juvenil es harto complicado.

En principio, porque para unos es como hablar del “Desierto de los Leones”, que ni es desierto y ni tiene leones: no es verdadera Literatura (¡cómo va a ser, por Dios!) y no es realmente infantil ni juvenil ya que no la escriben niños ni adolescentes, si así fuera sería todavía más polémica la cuestión. Así que no vale la pena dedicarle mucha atención.

Pero para otros, es de suma importancia porque se trata de un medio para enseñar habilidades y actitudes. Tal vez a los amables lectores les suene conocido: “Los adultos somos muy adultos, sabemos cómo es el mundo, nos tomamos las cosas en serio y así como debemos enseñarles a los pequeñines la magia de leer, tenemos que ofrecerles buenos ejemplos de comportamiento y valores. La inocencia de los niños es natural y sagrada, son como angelitos, de manera que hay que protegerlos a cualquier costo. Los libros ideales para ellos son los que deben enseñarles a ser buenos, educados, tolerantes, cuidar a las plantitas, no desperdiciar el agua y amarse a sí mismos y a los demás porque todos son especiales. Para que lo aprendan bien, es necesario que sus libros usen un lenguaje sencillo, frases cortas, sin alteraciones sintácticas, sin giros narrativos muy fuertes y con finales esperanzadores. Cualquier otra forma confundiría a los pobres jovencitos y eso es lo que menos queremos porque estamos aquí para guiarlos por el buen camino…”


Ahora, si alguno de estos fuera nuestro punto de partida, lo cierto es que no llegaremos muy lejos. El primero es desdeñoso. El segundo es peligroso. ¿Cuántos de ustedes no empezaron a alzar la ceja con suspicacia, fruncir el ceño, torcer la boca o lanzar trompetillas salivosas? Me aventuraría a pensar que lo hicieron, no tanto por ser adultos alérgicos al paternalismo, sino porque recordaron cómo eran ustedes mismos de niños (quizá menos “angelitos inocentes” y más “pinches chamacos”). En aquellos días, tal vez mandaron al demonio varios de esos librajos en donde se les trataba como estúpidos o se les mentía con descaro y tal vez conservaron en su memoria aquellos textos que, de una u otra manera, los ponían a prueba.

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