domingo, 25 de marzo de 2012

Sobre las dificultades de conciliar el sueño

La revista literaria on-line SÍNCOPE publicó un ensayo mío titulado "Sobre las dificultades de conciliar el sueño". Me divertí escribiéndolo; a ver qué les parece.

Les dejo un fragmento con la esperanza de que quieran seguir leyendo el resto en la página de la revista:

[…] a quienes preguntan cómo puede gozar un ser pensante,
una criatura racional, el yacer en la cama.
¿Cómo? Pues con la discusión tranquilamente activa
en nuestra cabeza y las mantas hasta los hombros.
Ah, es un modo delicioso de pasar una media hora sensata e imparcial.
Leigh Hunt, “Sobre el levantarse en las mañanas frías”

La advertencia es la siguiente: si te quedas en la cama,
asegúrate de que lo haces sin razón o justificación alguna.
G. K. Chesterton, “Quedarse en la cama”


Cuando una mamá le grita a su hijo: “¡Por el amor de dios, ya vete a dormir!”, no creo que en realidad sepa lo que pide; cuando uno pierde el tiempo frente a la computadora a las 3 de la mañana y medio mundo escribe el sentencioso “Ya duérmeteeeee!” en el chat, el FB, Twitter u otra cosa, lo dicen como si fuera la cosa más sencilla del universo cuando la verdad es otra.

Hunt y Chesterton defendieron con pasión e ingenio el derecho a no levantarse de la cama, no sólo por proteger el sagrado tiempo de reflexión y lucha interna entre despertar e iniciar el día, sino porque sería cosa de degenerados el echar por la borda lo que pudo haber sido toda una aventura. Poca gente se detiene a pensar lo complicado que resulta hacer la transición entre estar despierto y dormir, aun cuando se quiera con toda el alma. Entre esos pocos, hay quienes pueden pensar que se trata de un juego erótico donde es necesario seducir a Morfeo. Tal vez. Pero para otros es un hecho que conciliar el sueño —más allá de insomnios, terrores nocturnos y otras patologías— constituye una batalla contra múltiples obstáculos digna de canciones homéricas, no importa la edad que se tenga.

Lo de menos es apagar las luces y empiyamarse o meterse en traje de bebé a la cama, como un Ulises que se sube muy tranquilo a su barco. Después, claro, hay que esperar a que se caliente cada recoveco de las sábanas y el tiempo necesario depende de la calidad del termostato integrado de cada quien (si se duerme solo; acompañado es otro cantar).

El problema empieza cuando han pasado más de quince minutos y uno sólo puede rodar en las tinieblas. Si uno se muere de cansancio somnoliento, la comodidad se vuelve intrascendente y antes de caer en la cuenta (y en la cama, el sillón o en el piso), ya se está del otro lado; pero cuando no es esa la ocasión, la comodidad puede ser la diferencia última entre un estado y otro. Las aguas comienzan a inquietarse y, al cambiar de posición una y otra vez ―bocarriba, bocabajo, de lado―, se termina por representar las más significativas imágenes del yo interno: un clásico à la Freud sería asumir la posición de feto hecho bolita, más un opcional peluche; también puede uno irse al otro extremo y practicar para el ataúd al extender el cuerpo en línea recta, descansando los brazos cruzados sobre el pecho o sólo entrelazando los dedos; si la cosa se pone más cabalística, sin querer pone uno las manos debajo de las nalguitas (que tal vez no han logrado entrar en calor todavía), estira una pierna y retrae la otra en un ángulo de al menos 90°, emulando al Ahorcado del tarot; en cambio, si el momento tiene matices más bien míticos, uno puede sentir el dolor y la rabia de la Coyolxauhqui, con cada extremidad desparramada hacia los cuatro puntos cardinales; o quizá, si los ánimos son más violentos, puede uno ponerse de costado, colocar un cojín grande entre las rodillas, sostenerlo con las manos, y entrelazar los tobillos, como si aplicara una inmisericorde llave de jiujitsu al infeliz relleno de espuma que no tenía culpa de nada pero ahí estaba.


Esta última representación nos recuerda ahora que la almohada puede jugar un papel vital y trágico en este viaje. Uno la acomoda de mil formas para favorecer la entrada del sueño (o mejor: en el sueño), pero por más que se intenta, algo (¿una Furia?) pasa a boicotear la acción. Como todo intento fallido frustra, el candidato a durmiente buscará liberar su enojo para empezar a descansar, pero ―a entender de una servidora― la necesidad no justifica la brutalidad. La pobrecilla pudo haber hecho lo posible por trabajar de manera conjunta con uno, doblándose, mulliéndose, comprimiéndose… pero a veces no basta; así que se comete el error de querer forzar el sueño y uno termina por propinarle una ingrata golpiza a la almohada para luego lanzarla fuera del ring. (¡Cuidado! La venganza es un plato que se sirve frío y la otrora víctima puede hacer pactos ilícitos con indeseables compañías minúsculas; entonces, queda uno a la enronchadora merced de lo que bien podría ser un descendiente del almohadón de plumas quiroguiano).
....

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