jueves, 29 de marzo de 2012

Hacer las paces con el Centro

Durante muchos años de mi vida, le tuve miedo al Centro de la Ciudad de México. Tal vez fuera porque casi siempre iba cuando estaba oscuro o porque pasaba justamente por algunos de los callejones que despiertan horrores en las cabecitas de los niños más sensibles. ¡Bueno! Quién quita que también pudiera ser porque a veces iba con familiares de naturaleza venenosa y desagradable, de manera que sólo me quedaba hacer la asociación. La verdad es que no lo sé. Como quiera que fuese, ese bendito lugar siempre me provocaba escalofríos en la espalda y revolturas de panza.


Hace unos años, fui de nuevo, pero con mis hermanas y por el puro de gusto de movernos a nuestro ritmo (si hay una ventaja en ser adulta, es que una puede ir de aquí para allá, fijarse en lo que se le dé la gana y tener la opción de largarse si se aburre ¡qué sabrosura caer en la cuenta!). 


Camina que camina, noté una extraña ausencia. Las guácalas eran mínimas, casi imperceptibles. Encontramos muchas cosas interesantes y le agarré el gusto a vagabundear por lugares con tanta historia; además, la cámara resultó ser un útil filtro, detrás del cual pude observar y conciliar desacuerdos entre memoria y vista.



 Llegamos a la Catedral. Mi hermana mayor había trabajado ahí en una de sus etapas de restauración y nos contó muchas historias acerca de las presencias fantasmagóricas que pululan en su interior (historias que jamás he podido ni podré soportar. Ni modo... soy demasiado cobarde para esas cuestiones). 


 No soy creyente, pero he aprendido a degustar los productos estéticos de diferentes religiones. Así, quise hacer de la luz, la protagonista de las subsecuentes fotografías; al enfocar pequeños detalles y la manera en que éstos armonizaban, también pude desaparecer una gran parte del miedo que me despertaban las iglesias. 















Sigo sin creer (simplemente no es mi tacita de té) y aún siento algunos escalofríos cuando me agarra la noche en el Centro, pero estas imágenes me recuerdan que, alguna vez, fui capaz de manipular a voluntad lo que tenía ante mis ojos y convertirlo en un motivo de paz.

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